Aunque la discusión es casi eterna, parece que el dicho original es “de Madrid, el cielo”. Y ya digo que habrá quien asegure que en realidad es “de Madrid al cielo”, como de hecho pueden leer los conductores de la M-30 que pasen por el barrio de la Estrella bajo la pasarela peatonal que une Moratalaz con el Parque de Roma. Y así dicen también los versos de Benavente y Quiñones, “desde la cuna a Madrid/ Y desde Madrid al cielo”. Pero a mí siempre me ha gustado más ese castizo “de Madrid, el cielo”. Ese que da a entender que sus cielos azules, a menudo cuajados de cumulus humilis, que se vuelven rosados y brillan al atardecer como en los cuadros de Goya, son lo mejor de esta ciudad.
Pero claro, ese es un dicho antiguo, de un tiempo en el que seguramente poco o nada preocupaba la contaminación. Una contaminación que ahora preocupa a todo el mundo y ocupa a unos cuantos, que a otros les basta con contemplar el cielo o con instalarse en él tras tomarlo por asalto. Y tal es la preocupación, que hasta el Defensor del Pueblo ha tomado cartas en el asunto y ha decidido averiguar por su cuenta qué pasa en esos cielos que Velázquez, a pesar de que vivió desde muy joven en Madrid, pintaba a menudo grisáceos, como en una premonición de lo que algún día iban a ser, al parecer por lo caros que eran en la época los pigmentos azules.
Así que nuestro ombudsman, el socialista Francisco Fernández Marugán, que nos defiende a todos, eso sí en funciones desde 2017 y a la espera de que se designe a un defensor en ejercicio, ha decidido abrir una actuación de oficio sobre la contaminación con la Comunidad y con el Ayuntamiento “para que informen sobre las medidas adoptadas por ambas administraciones para una mayor eficacia de la puesta en marcha de Madrid Central, teniendo en cuenta que la contaminación afecta a un ámbito territorial superior al municipio de Madrid”.
Como primera idea, así a bote pronto, parece que este extremeño ha visto de lejos lo que el Ayuntamiento de la madrileña Manuela Carmena no ha querido nunca ver. Algo tan obvio como que la contaminación “afecta a un ámbito territorial superior al municipio de Madrid”, en la alambicada prosa del Defensor. Vamos que de Madrid ciudad sale mierda para repartir en toda la provincia. Así que el consejero de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Comunidad de Madrid, Carlos Izquierdo, del PP a pesar de su apellido, se ha mostrado a la vez sorprendido y contento de que alguien se preocupe por la calidad del aire en la comunidad. Y además ha dicho que va a demostrar que él, además de preocuparse, también se ocupa y que le va a enviar al señor Fernández Marugán toda la información del protocolo marco aprobado y que afecta a todos los municipios de más de 75.000 habitantes.
El Defensor del Pueblo también recibirá, si el señor Izquierdo cumple con su palabra, la revisión de la Estrategia de Calidad del Aire y Cambio Climático. Documentación, planes, estudios y estrategias que por parte del Ayuntamiento brillan por su ausencia. Por lo que el Ayuntamiento ha remitido cada vez que alguna autoridad se lo ha reclamado, como lo hace ahora el Defensor del Pueblo o como lo hizo en su día el Consocio General de Transportes, podemos deducir que no hay estrategia, ni estudios de impacto, ni nada parecido. Eso sí, casi 500 hectáreas se han incluido en un Madrid Central que, por lo visto hasta la fecha, ha tenido una capacidad de mejorar la calidad del aire de Madrid muy cercana a cero.
Ya se lo ha dicho también Izquierdo a Fernández Marugán. Los datos de la calidad del aire en el conjunto de la comunidad son los mejores de la década. Pero esto ocurre a pesar de que “en la ciudad no están sucediendo así las cosas. Las medidas que aprueba el Ayuntamiento no son adecuadas y la calidad se está deteriorando”.
Así que a los que estamos debajo de la boina pese a ser ciudadanos de la capital lo que nos gustaría es que las distintas administraciones se pusiesen de acuerdo para diseñar un plan que nos permita volver a decir con orgullo “de Madrid, el cielo”. Un plan con sus correspondientes estudios de impacto ambiental, de impacto en la movilidad, que tuviese en cuenta todos los factores implicados y que ofrezca soluciones a los sectores afectados por las medidas que se tomen.
Que de nada sirve aislar del tráfico privado el centro de Madrid si no se ha previsto qué va a pasar con el tráfico, qué soluciones se ofrecen a transportistas, hosteleros, repartidores y ciudadanos no residentes. Y cuál es la incidencia real sobre la contaminación. No podemos seguir tomando medidas parciales e ideológicas que al final no contribuyen a mejorar la calidad del aire. Medidas que dejan fuera de los planes de actuación por ejemplo a la Plaza Elíptica, donde año tras año se registran los peores datos de contaminación de la ciudad. Ni multiplicar por tres los atascos en la entrada a Madrid por la Carretera de Extremadura para poner unos semáforos que bloquean el tráfico a cambio de votos vecinales.
Todo ello se debe hacer con el consenso y el acuerdo de las administraciones locales, regionales e incluso nacionales, si queremos poder compararnos con Londres, París o Berlín, como tantas veces intenta el Ayuntamiento de Madrid. Y decidir qué aire queremos respirar y que imagen queremos ofrecer a los fotógrafos de todo el mundo. ¿El cielo? ¿O la boina calada para hundir la imagen de la ciudad y de paso su atractivo para turistas y visitantes?
Diego Jalón